sábado, 27 de octubre de 2012

"¡Ojalá no se acabe la guerra ...!"

"El afgano que trae el agua, uno que entra en la base conduciendo un camión cisterna, pues resulta que después de hacerle el escáner de iris nos ha aparecido en la Wacht List, en la lista de sospechosos de colaborar con los talibanes. Así que hemos dado parte al comandante para que tome las medidas oportunas". Rafael C. sonríe satisfecho cuando me lo cuenta, mientras me muestra el cuchillo de cazador que lleva al cinto y del que no se desprende nunca. Rafael es un contratista civil, uno de los miles que hay aquí en Afganistan y que son un ejemplo de la privatización de las guerras en la actualidad. De hecho ya hay mas contratistas que soldados en el país asiático. Unos 113.000 civiles, según el Pentágono, por unos 90.000 soldados, también según el Pentágono.

La empresa de Rafael, Biométrics, ha inundado las bases norteamericanas de escáneres de iris que mandan la información directamente a EEUU, donde se chequea la identidad del nuevo empleado afgano y se detecta su posible peligrosidad. "Ojalá no se acabe la guerra, por mi que siga porque estamos haciendo bastante dinero", me reconoce Rafael, natural de San Diego, California, y antiguo miembro de las fuerzas especiales reciclado ahora en contratista. Como Pablo Castro, un portorriqueño que sirvió como soldado en Irak y que sobrevivió a tres explosiones contra su vehículo. Pablo es técnico de C-RAM, empresa filial de Northrop Grumman, una de las grandes corporaciones del complejo militar industrial de los Estados Unidos. Comparto tienda con ambos en la zona destinada a personal no militar de la Base Avanzada Bullard, en la provincia de Zabul. Pablo habla un poco de español y se pasa el día en el gimnasio de la base. Me cuenta que su empresa ha convencido al Pentágono de que sus radares pueden detectar cualquier ataque de mortero o de granadas contra sus bases. Un especie de sistema de alerta temprana que Pablo y el resto de empleados están activando base por base, entrenando en su manejo a los militares que después lo usan.

Todas estas empresas que están haciendo su agosto en Afganistán (como antes lo hicieron en Irak) han incrementado vertiginosamente los costes de la guerra. Ya no solo hay que pagar y sostener el despliegue militar, sino ademas presupuestar al erario publico todos los gastos que estas empresas facturan. Según el Departamento de Estado, unos 23.000 millones de dólares desde el 2002. Por eso, hablas con cualquiera de estos empleados, de estos contratistas, y difícilmente te encuentras con alguno que quiera que esta guerra se acabe. Están haciendo mucho dinero. Sus dietas como expatriados en Afganistan, en zona de guerra, son astronómicas y alguno pretende incluso comprarse la casa cuando vuelva. Un técnico cualificado como Rafael puede llegar a ganar 200.000 euros al

Fuente: El País
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